En el video que ahora compartimos se observa a un hombre ruso, notablemente alcoholizado, que intenta por todos los medios a su alcance pasar del otro lado de una reja. Mete la cabeza por entre los barrotes. Camina hasta encontrar un buen sitio para trepar. Sube una pierna y casi atraviesa la barrera. En todos los casos, sin éxito.

La escena es cómica en sí misma: Innegable, involuntariamente. Muy a pesar del pobre hombre. Y sería, quizá, como muchas otras que involucran a borrachines sin remedio de no ser por el detalle final. Ya cuando el hombre parecía haber admitido la derrota, cuando la atrofiada maquinaria de su entendimiento se esforzaba por calcular otra ruta, he ahí que entra un niño a cuadro, un pequeño de 10 u 11 años que carga un par de bolsas de plástico, quizá la despensa de la semana para su hogar. El niño dedica al atribulado personaje un par de miradas rápidas, de extrañeza e incompresión y después, con toda naturalidad, atraviesa la reja por un punto donde la falta de un par de barrotes permite el paso, acaso la entrada y salida usuales para los vecinos del lugar.

¿Y ese hombre? ¿Era, como sucede con la ebriedad, un extraño en su propio territorio? ¿Lo obvio estuvo siempre frente a él pero estaba demasiado ahíto de sí como para notarlo?

Fuente: Pijamasurf.com