Gabriel García Márquez recibió de sus antepasados gallegos un legado que influyó en él de manera “esencial” -“los gallegos somos tercos”, solía decir -, según recordó el escritor y periodista Carlos Reigosa, autor de “La Galicia mágica de García Márquez”.

La obra de García Márquez estuvo influida de manera especial por su abuela Tranquilina Iguarán Cotes, según señalaba el propio escritor – fallecido ayer en México DF a los 87 años -, una mujer de antepasados gallegos, ha comentado a Efe Reigosa, que entrevistó al nobel colombiano en varias ocasiones.

Al parecer, la abuela Tranquilina solía contar al pequeño Gabo con toda naturalidad y “cara de palo”, historias de espíritus y hechos sobrenaturales, con una credibilidad “imposible de debatir”, explica el autor en referencia a las declaraciones que García Márquez le dio en los numerosos encuentros que tuvo con él a lo largo de su vida.

Este personaje, aunque no aparece en sus obras, le influyó “en lo esencial, en la manera de contar”, según explicó García Márquez al periodista, que luego analizó esta influencia en el libro “La Galicia mágica de García Márquez” (Auga Editorial).

De hecho, cuando García Márquez leyó “La metamorfosis”, de Franz Kafka, se da cuenta de que esa manera de contar la historia es igual a la de su abuela, “con su misma naturalidad”, un peculiar sello que le encumbraría como padre del realismo mágico tras el éxito de “Cien años de soledad”, argumenta.

La historia de amor entre Gabriel García Márquez y Galicia no queda ahí, poco después de recibir el Nobel y en pleno cenit de su carrera, cuando Carmen Balcells, su agente literaria, tenía que “esconderle en un piso” cada vez que visitaba la ciudad española de Barcelona para que nadie supiese que había llegado, decidió emprender un viaje para buscar a sus ancestros.

Este viaje fue organizado por el entonces presidente español Felipe González, a quien le contó en una de sus visitas a España que echaba en falta el anonimato en que “había vivido siempre”, y que perdió el día que gano el Nobel.

González le organizó un viaje en el que disfrutó de aquel anonimato perdido ya que, aunque muchos le reconocían, nadie podía creer que el famoso escritor estuviera en tierras gallegas, tan solo un director de colegio se le acercó en la calle de Santiago de Compostela acompañado por sus alumnas y le pidió unos autógrafos, añade.

Galicia se convirtió de este modo “en su refugio”, un lugar en el que encontró “los mismos sabores del horno” de su abuela, con los jamones asados, y que hacía que en ocasiones se refiriera a sí mismo diciendo: “Los gallegos somos así”. EFE