Tokio, la mayor metrópolis del planeta, vivió ese viernes con alarma y sorpresa un terremoto con una duración e intensidad que, según sus habitantes, incluidos los de mayor edad, “nunca antes se había vivido”.

El metro de Tokio se paralizó, los coches se detuvieron en las carreteras, los aeropuertos fueron clausurados y los numerosos rascacielos, que durante unos segundos parecieron elásticos, se vaciaron entre sonidos de las sirenas y llamamientos a la evacuación.

Los tokiotas inundaron estremecidos las amplias aceras de su capital y, móvil en mano, trataban de comprobar que sus allegados estuvieran a salvo, pese a que en los primeros momentos las líneas quedaron bloqueadas.

El terremoto, de 8,9 grados en la escala abierta de Richter, se vivió en Tokio durante los primeros segundos sin excesivo alarmismo pues sus habitantes están acostumbrados a los temblores, pero a medida que el sismo se alargaba de manera inusual y su intensidad iba en aumento el pánico comenzó a propagarse.

Los tokiotas coincidían en que este terremoto ha sido “el más fuerte” que han vivido, tanto para quienes estaban en las calles, como para quienes se encontraban en el trabajo, que han visto