Nos pasa a todos. Cuando leemos una novela, inconscientemente nos quedamos con las partes que nos interesan a nosotros. Nos puede gustar su tema, o sus muchos temas. O gustarnos unas cosas y rechazar otras con un giro apresurado de la página. Es evidente, y resulta aún más con la perspectiva de la lectura de la trilogía completa, que Stieg Larsson construye con su ‘Millennium’ una crítica despiadada hacia la sociedad sueca, sociedad que el cronista que habitaba en él consideraba impoluta en sus formas y carcomida en su corazón.

Eso no impide que, especialmente en la primera entrega de la saga que sirve como vehículo para la presentación de unos personajes que se desarrollarán en los sucesivos volúmenes, emplee como gancho una efectiva historia de misterio y muerte tremendamente apetecible y que le serviría de zanahoria para desplegar sus reflexiones ante el lector.

Y, tras la versión autóctona sueca de esa historia, entra David Fincher, un realizador que, en su filmografía, y concretamente en películas como ‘Seven’ o ‘Zodiac’, ha abrazado el tema secundario de ‘Millennium’: La persecución de la raíz del mal por parte de personajes al límite.

No parece por ello casualidad la ausencia de menciones a estadísticas sociales en la “reescritura” que hace David Fincher con la inestimable colaboración de Steve Zaillian, por supuesto de la novela sueca, desprendiendo cualquier contenido de denuncia social para ofrecer un thriller con un montaje vertiginoso y atmosférico en contraposición al nulo riesgo y plano estilo de la versión sueca, y con una inteligentísima utilización del sonido y de la banda sonora compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross – que sirve además para arropar a una Lisbeth Salander estupendamente resuelta por Rooney Mara, que roba planos sin piedad a un efectivo Daniel Craig -.

Por eso, tras habernos ofrecido una película que, aún siendo bien conocidos sus antecedentes literarios y en celuloide, atrapa e interesa casi siempre durante sus 158 minutos, a David Fincher le debe producir inmensa pereza adaptar las dos restantes entregas.

Ese tema seguro que le interesa a otro. Probablemente él, por su parte, ya ha contado lo que quería contar.

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