Cuando se acude a un desfile de Chanel en la Semana de la Moda de París nunca se sabe lo que se puede encontrar, más allá de la pista que proporciona la invitación que se recibe días antes del evento.

En esta ocasión, la tarjeta rezaba “Chanel Shopping Center”, una información básica pero insuficiente para imaginarse que bajo la cúpula del Grand Palais se habían reconstruido los pasillos, estanterías, mostradores y cajas para pagar de un hipermercado.

En la sección de bebidas (por supuesto, estaba organizado como un establecimiento real), la clientela de la “maison” y la prensa que aterrizó en este espacio podía encontrar botellas de vino con la etiqueta “Château Gabrielle”, en referencia a la fundadora de la casa, o sodas de nombre “Tweed Cola”, en un guiño a uno de sus tejidos más representativos.

Los pantalones cortos de cuero se superpusieron a unos largos holgados y con vuelta, en un modelo que marcó la cintura con un corsé, como también hicieron varios vestidos o un mono.

El modisto alemán Karl Lagerfeld, director creativo de Chanel desde 1982, se concentró en el trabajo de las mallas, que combinó en “tweed” o en “glitter” con un conjunto de chaqueta y falda, o con un “top” a juego que deja el vientre al descubierto, como la indumentaria para hacer ejercicio en un gimnasio.

Para llevar la simulación del hipermercado hasta el final, las modelos llevaron carritos y cestas de soporte metálico decoradas por Chanel, en las que habían metido sus bolsos. EFE